jueves, 16 de octubre de 2008

El Schumacher de la economía


Que nos hundimos es un hecho, lamentable pero no por eso menos cierto.
Esto deja en claro que el viento de cola era quien se ocupaba de la mayor parte del trabajo. Sería muy infantil decir que el crecimiento era sólo efecto de las acertadas políticas económicas de los Kirchner (o Duhalde/Lavagna) y que ahora la recesión o el iceberg con el que chocamos culpa de un desprendimiento inmanejable, por nuestra parte, del primer mundo. Lo que no se puede manejar es el florecimiento de las teorías conspirativas, veníamos pisteando como unos campeones hasta que Gorila nos cagó la fiesta, qué se le va a hacer, compórtese bien en el trabajo...
Publicado por Eduardo Anguila en 14:51 | 1 comentarios  
jueves, 9 de octubre de 2008

El sistema patagónico es abortista



Basado en hechos reales hay que decir que una política sanitaria debería ser sacarle el IVA a los forros (¡ah el encanto del doble sentido!)
Paso por la página de preservativos "Subprime", cosas de la vida y el diseño web, debajo de todo me encuentro con esta leyenda: "Powered by Patagonia Systems"

Antes comprabas la cerveza, los preservativos y los puchos por menos de 4 mangos, tenías el principio, nudo y desenlace asegurado. Hoy en día sólo con los forros gastás 5 (o podés comprarte unos "TomásLipán" por el mismo precio con que antes conseguías las tres cosas).
O suben los salarios o le quitan el IVA a los forros, tiren una política de Estado una vez en su vida, no hay un hospital público en cada esquina, y sino sáquenle el IVA a los pañales y háganse cargo.

Pd: Para ir a la noticia haga click acá.
Publicado por Eduardo Anguila en 14:15 | 1 comentarios  
martes, 7 de octubre de 2008

ES PARTE DEL PROYECTO HUMANO O ESTA AFUERA DEL PROYECTO HUMANO

LOS ESCINDIDOS DE HEGEL


Repliee R1 and Ando-san
Cargado por Artificialist

Publicado por LoTrunco en 17:39 | 0 comentarios  
miércoles, 1 de octubre de 2008

From Essex con amor


EL RETORNO DE PERÓN
El populismo estadounidense encontró sus límites en la imposibilidad de expandir la cadena equivalencial más allá de cierto punto, como resultado de la resistencia que oponían a la convocatoria populista sistemas de diferencias bien arraigados en la tradición política; el de Atatürk, en su intento de construir al pueblo como una unidad orgánica no mediada por ninguna lógica equivalencial. El caso del peronismo de las décadas de 1960 y 1970 fue diferente: fue su propio éxito en la construcción de una cadena casi ilimitada de equivalencias lo que condujo a la subversión del principio de equivalencia como tal. ¿Cómo fue esto posible?
El gobierno popular peronista fue derrocado en septiembre de 1955. Los últimos años del régimen habían estado dominados por un desarrollo característico: el intento de superar la división dicotómica del espectro político mediante la creación de un espacio diferencial totalmente integrado. Los cambios simbólicos en el discurso del régimen son testigos de esta mutación: la figura del descamisado (el equivalente argentino del sans-culotte) tendió a desaparecer para ser reemplazada por la imagen de la “comunidad organizada”. La necesidad de estabilizar el proceso revolucionario se convirtió en el leitmotiv del discurso peronista, no sólo en el período previo a 1955, sino también en los años siguientes. En 1967, Perón envió una carta a una organización de izquierda a la cual yo pertenecía, en la que afirmaba que toda revolución atraviesa tres etapas: la primera, la preparación ideológica —es decir, Lenin—; la segunda, la toma del poder —es decir, Trotsky—; y la tercera, la institucionalización de la revolución —es decir, Stalin—. A lo cual añadía que la revolución peronista debía pasar de la segunda etapa a la tercera.
El golpe de 1955 cambió, sin embargo, los términos del debate político. A pesar de la agresiva retórica antiperonista de las nuevas autoridades —que en realidad era mucho más que retórica, ya que disolvieron al Partido Peronista, intervinieron los sindicatos y convirtieron en crimen la sola mención del nombre de Perón—, muy pronto comenzaron las conversaciones con grupos de políticos peronistas para discutir la manera de integrarlos al nuevo sistema político. Esta integración, por supuesto, excluía al propio Perón, quien debía ser permanentemente proscripto y cuyo exilio era considerado sine dic. La idea de un “peronismo sin Perón” estaba a la orden del día. Perón, desde su exilio, se resistía firmemente a estos intentos de marginarlo —que tenían lugar tanto desde dentro como desde fuera del peronismo—, y cuanto más represivo se volvió el nuevo régimen y más se percibió su programa económico como una entrega al capital financiero internacional, tanto más se identificó a la figura de Perón con la emergente identidad nacional y popular antisistema. Estaba comenzando un duelo entre Perón (desde el exilio) y los sucesivos gobiernos antiperonistas que duró 18 años y cuyo desenlace fue el triunfal retorno de Perón a la Argentina y al gobierno en 1973.
En torno de este duelo comenzó a tomar forma el nuevo populismo argentino. Para entender su modelo deben tomarse en cuenta algunas circunstancias. En primer lugar, la Argentina es un país étnicamente homogéneo y cuya población urbana dominante se concentra en el triángulo constituido por tres grandes ciudades industriales: Buenos Aires, Rosario y Córdoba. Por lo tanto, todo evento ideológico importante tiene una irradiación equivalencial inmediata sobre toda esta área y sus efectos se expanden rápidamente al resto del país. Sin este tipo de rápida irradiación, los movimientos de Perón durante la década de 1960 hubieran fracasado y el nuevo régimen podría haber logrado entenderse de un modo gradual con una oposición peronista fragmentada. Pero, en segundo lugar, las condiciones mismas de enunciación del discurso de Perón desde el exilio determinaron la naturaleza peculiar de su éxito. La condición que los países anfitriones impusieron a Perón como exiliado político fue que debía abstenerse de hacer declaraciones políticas, y en la Argentina, la circulación pública de cualquier tipo de declaración de Perón estaba, por supuesto, estrictamente prohibida. Por lo tanto, se vio limitado a enviar correspondencia privada, casetes e instrucciones verbales, todo lo cual era, sin embargo, de suma importancia para la resistencia peronista que se estaba organizando lentamente en las fábricas y los barios obreros de las ciudades industriales. Así, como ha sido demostrado en estudios recientes, existió un abismo permanente entre los actos de enunciación de Perón (que eran invisibles) y el contenido de dichas enunciaciones. El resultado de este abismo fue que a esos contenidos —por la ausencia de un intérprete autorizado— se les podía dar una multiplicidad de sentidos. Al mismo tiempo, también estaban circulando muchos mensajes apócrifos, así como otros cuya autenticidad era dudosa o al menos era cuestionada por aquellos que se oponían a sus contenidos. Sin embargo, esta complicada situación tuvo un efecto paradójico: la naturaleza ambigua de los mensajes —que resultaba del abismo entre el acto y el contenido de la enunciación— podía ser conscientemente cultivada por Perón, de manera tal que los mensajes se volvieran deliberadamente imprecisos. Como escribió Perón a su primer representante personal en la Argentina, John William Cooke: “Siempre sigo la regla de saludar a todos porque, y no debes olvidarlo, ahora soy algo así como un Papa [...]. Tomando en cuenta este concepto, no puedo negar nada [a causa de mi] infalibilidad [...] que, como ocurre en el caso de toda infalibilidad, se basa precisamente en no decir o hacer nada, [que es la] única manera de asegurar tal infalibilidad”.
Por supuesto, puede hacerse una lectura cínica de este párrafo, entender que Perón estuvo tratando de ser todo para todos, pero tal lectura es limitada. Perón, desde el exilio, no podía haber dado directivas precisas para la acción de una proliferación de grupos locales comprometidos en actos de resistencia, y menos aún intervenir en las disputas que surgían entre esos grupos. Por otro lado, su palabra era indispensable para dar unidad simbólica a todas esas luchas dispersas, y debía funcionar como un significante con vínculos débiles con significados particulares. Esto no nos ofrece mayores sorpresas: es exactamente lo que hemos denominado significantes vacíos. Perón ganó el duelo con los sucesivos regímenes antiperonistas porque éstos perdieron la lucha por integrar a los grupos neoperonistas —aquellos que postulaban un “peronismo sin Perón”— a un sistema político ampliado, en tanto que la demanda del regreso de Perón a la Argentina se convirtió en el significante unificador de un campo popular en expansión.
En este punto, es necesario introducir algunas distinciones. El rol de papa que Perón se había atribuido (que evoca tan claramente la noción de “significante amo” en Lacan) puede ser concebido de diversas maneras. Puede ser entendido, en primer lugar, como un centro de irradiación equivalencia1 que, sin embargo, no pierde completamente la particularidad de su contenido original. Para volver a un ejemplo previo: las demandas de Solidaridad se convirtieron en el punto de encuentro de asociaciones equivalenciales más vastas que ellas mismas, pero aun así estaban vinculadas a un cierto contenido programático; fue precisamente este vínculo el que hizo posible que se mantuviera cierta coherencia entre las particularidades que integraban la cadena (los semicírculos inferiores en nuestro primer diagrama). Pero existe otra posibilidad, a saber, que el significante tendencialmente vacío se vuelva completamente vacío; en ese caso, los eslabones de la cadena equivalencial no necesitan para nada coincidir entre sí: los contenidos más contradictorios pueden ser reunidos en tanto se mantenga la subordinación de todos ellos al significante vacío. De acuerdo con Freud: ésta sería la situación extrema en la cual el amor por el padre es el único lazo entre los hermanos. La consecuencia política es que la unidad de un “pueblo” constituido de esta manera es extremadamente frágil. Por un lado, el potencial antagonismo entre demandas contradictorias puede estallar en cualquier momento; por otro lado, un amor por el líder que no cristaliza en ninguna forma de regularidad institucional —en términos psicoanalíticos: un yo ideal que no es internalizado parcialmente por los yoes corrientes— sólo puede resultar en identidades populares efímeras. Cuanto más avanzamos en la década de 1960, más percibimos que el peronismo estaba lindando peligrosamente con esta posibilidad. La reflexión de Perón mencionada antes sobre la necesidad de que la revolución peronista pasara a la tercera etapa, muestra que él no era completamente ignorante de esa amenaza potencial.
Pero a comienzos de la década de 1960, ese peligro se vislumbraba como algo posible tan sólo en un futuro distante; la tarea inmediata era luchar contra las fuerzas políticas dentro del peronismo que estaban presionando en la dirección de un peronismo sin Perón. La amenaza principal provenía de las condiciones en las cuales el movimiento sindical fue normalizado después de la conformación de un gobierno constitucional en 1958 con el ascenso de Arturo Frondizi a la presidencia. (Su elección había sido asegurada por la decisión de Perón de pedir a sus seguidores —cuyo partido había sido proscripto— que votaran por él yen contra de Ricardo Balbín, el candidato cuasi oficialista). En 1959, la actividad sindical se volvió legal bajo la ley 14.455.
La nueva ley laboral otorgaba al Estado poderes excepcionales sobre el movimiento sindical. La propia capacidad de un sindicato de negociar colectivamente con los empleadores dependía de su personería (un reconocimiento exclusivamente concedido por el gobierno). Por lo tanto, el futuro institucional de todo sindicato (la futura satisfacción de las necesidades de sus afiliados) estaba intrínsecamente ligado a sus relaciones con el Estado. En consecuencia, las disposiciones de la ley 14.455 creaban un poderoso estímulo a la adopción de un realismo pragmático por parte de los líderes sindicales, más allá de su propio perfil ideológico y de las visiones individuales y ventajas personales que tomaban de sus puestos.
En realidad, el movimiento sindical estaba en una situación complicada. Por un lado, debía actuar con cautela frente al gobierno, ya que su estatus legal era una precondición para defender los intereses y demandas de los trabajadores, quienes retirarían su apoyo en caso de que la conducción sindical no tuviera éxito; por otro lado, en tanto su base social era sólidamente peronista, no podía permitirse una ruptura abierta con Perón. Fue en estas circunstancias que en la primera mitad de la década de 1960 tuvo lugar un conflicto creciente entre los dirigentes sindicales liderados por el secretario general de los obreros metalúrgicos, Augusto Vandor, y del lado opuesto, Perón y los sectores más radicalizados dentro del peronismo. El proyecto sindical —nunca formulado explícitamente, ya que nadie dentro del peronismo podría haber entrado en una confrontación abierta con Perón— era obtener una progresiva integración del peronismo al sistema político existente, con Perón como una figura puramente ceremonial, y la transferencia del poder real dentro del movimiento a la conducción sindical. El conflicto conoció varias alternativas y culminó en las elecciones provinciales de Mendoza en abril de 1966, donde compitieron dos listas peronistas, una apoyada por Perón y la otra por Vandor. La victoria correspondió a la lista peronista ortodoxa.
Sin embargo, este conflicto en desarrollo se tomó confuso, una vez más, con la llegada de un jugador que pateó el tablero. En 1966, las Fuerzas Armadas depusieron al presidente Illia e iniciaron una dictadura militar bajo el liderazgo presidencial del general Onganía. Éste no fue el régimen más represivo que el país experimentaría — para eso debemos esperar a la década de 1970—, pero fue definitivamente el más ineficiente y estúpido. En pocos meses había enajenado a todas las fuerzas relevantes del país, excepto un pequeño sector de grandes empresas. Disolvió las organizaciones políticas, reprimió salvajemente al movimiento sindical e intervino las universidades. Después de unos pocos meses en el gobierno, estaba claro para todo el mundo que ya no existía ningún canal institucional para la expresión de demandas sociales, y que algún tipo de reacción violenta enteramente fiera del orden institucional era la única reacción posible a ese callejón político sin salida.
La protesta social estalló en 1969 con el denominado Cordobazo, la acción violenta en Córdoba de grupos armados, que luego se expandió a otras ciudades del interior del país. Otros acontecimientos también se orientaron hacia una confrontación violenta con el régimen. Primero, surgieron nuevos grupos guerrilleros peronistas de izquierda, lo que Perón denominó sus “formaciones especiales”. Segundo, la propia represión desatada por el gobierno contra el movimiento sindical redujo considerablemente el margen de maniobra de Vandor y los grupos neoperonistas, que ya no pudieron cumplir con lo que se esperaba de ellos. Esta situación finalmente condujo al asesinato de Vandor por parte de la guerrilla peronista de izquierda, y a la división del movimiento sindical entre una facción de derecha y otra de izquierda. Las consecuencias de estos acontecimientos fueron, de todos modos, claras: el refuerzo del rol central de Perón, que se presentaba, dependiendo de la orientación política de quienes lo apoyaban, o bien como el líder de una coalición antiimperialista que sería el primer paso en el progreso hacia una Argentina socialista, o bien como la única garantía de que el movimiento popular sería mantenido dentro de límites controlables y no degeneraría en un caos izquierdista.
Así, y aunque su relación con los grupos peronistas guerrilleros estaba envuelta en una ambigüedad política similar a la de su relación con los líderes sindicales peronistas de izquierda, Perón necesitaba respaldar a estas organizaciones para crear las condiciones políticas que aceleraran su regreso. Hacia fines de 1971, Perón estaba en situación de utilizar lo que él denominó “sus dos manos”. Tenía su “mano derecha” situada principalmente en los sindicaros peronistas [...]. La “mano izquierda” de Perón estaba representada principalmente por organizaciones de jóvenes de izquierda y lo que denominó sus “formaciones especiales”: los grupos guerrilleros que proclamaban su lealtad al conductor y que hacían de su regreso a la Argentina el punto inicial de una transformación revolucionaria del país. El líder exiliado utilizó ambas manos con gran maestría, efectivamente. Entre 1971 y 1972, Perón desplegó todo su talento político de un modo extraordinario.
A partir de ahí, los acontecimientos se desencadenaron rápidamente. El secuestro y ejecución del ex presidente Aramburu por parte de Montoneros condujeron a la caída del general Onganía, que fue reemplazado por el general Mario Levingston y luego por el general Alejandro Lanusse, quien finalmente llamó a elecciones generales en 1973, en las cuales e1 peronismo obtuvo un triunfo aplastante. Sin embargo, fue entonces cuando los peligros mencionados antes, inherentes al modo como las equivalencias peronistas habían sido construidas, comenzaron a mostrar su potencial mortífero. Una vez en la Argentina, Perón ya no pudo ser un significante vacío: era el presidente de la República y, como tal, debía tomar decisiones y optar entre alternativas. El juego de los años de exilio, por el cual cada grupo interpretaba sus palabras según su propia orientación política, mientras el propio Perón mantenía una prudente distancia de toda interpretación, ya no pudo continuarse una vez que Perón estuvo en el poder. Las consecuencias se vieron pronto. Entre la burocracia sindical de derecha, por un lado, y la juventud peronista y las “formaciones especiales”, por el otro, no había nada en común: se consideraban el uno al otro como enemigos mortales. Entre ellos no se había internalizado ninguna equivalencia, y lo único que los mantenía dentro del mismo campo político era la identificación común con Perón como líder. Pero esto no era suficiente, ya que Perón encarnaba para cada facción principios políticos totalmente incompatibles. Perón intentó durante un tiempo hegemonizar de un modo coherente la totalidad de su movimiento, pero fracasó: el proceso de diferenciación antagónica había ido demasiado lejos. Después de la muerte de Perón en 1974, la lucha entre las diversas facciones peronistas se aceleró y el país entró nuevamente en un proceso de rápida desinstitucionalización. La consecuencia fue el golpe militar de 1976 y el establecimiento de uno de los regímenes más brutalmente represivos del siglo xx.
Tomado del capítulo 8: "obstáculos y límites en la construcción del pueblo", del libro "La Razón Populista" de Ernesto Laclau.



Pueden encontrar algunos errores, lo pasé rápido y el OCR quizá no reconoció algunos caracteres.
Publicado por Eduardo Anguila en 13:56 | 2 comentarios  
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