martes, 26 de agosto de 2008

40 de fiebre


Néstor Kirchner había organizado un acto en un lugar similar a la Plaza del Congreso, era una especie de competencia para definir quién movía más gente y quién tenía más agrupaciones de su lado. Las personas se amontonaban en las tribunas de algo así como un corsódromo, ubicado en una de las calles que corre al costado de la plaza, Rivadavia, mucho más ancha de lo que es en la realidad.
De un lado, la izquierda, visto desde el Congreso, estaban las agrupaciones leales al Néstor. A la derecha se ubicaban las malas. En general quienes estaban allí no tenían un ánimo destructivo, la sensación era de inquietud y ansiedad por el desenlace de la competencia. Sin embargo, el Néstor estaba enardecido arriba del escenario, similar al de un megaconcierto de rock, sentado tras un escritorio amplio agitaba el puño y golpeaba con fuerza la mesa mientras daba un discurso. En las tribunas se agitaban banderas, logré ver unas pocas del MST y de la agrupación de Castells (MIJD) flameando del lado derecho.
La cosa estaba empatada, en un momento las tribunas estaban llenas, no entraba nadie más y el Néstor se quedó callado. Era un empate, sin dudas, ambas tribunas explotaban de gente. La calle estaba vacía.
El Néstor empezó a gritar como un loco, decía que ellos no eran golpistas y no sé qué. Estaba haciendo tiempo, detrás de él algunos hombres de traje hablaban nerviosos por celular. Al Néstor se le estaban destrozando las cuerdas vocales cuando aulló: “¡y están con nosotros los compañeros del movimiento de pequeños cantantes de villancicos, para decirle no al golpismo!”, y ahí mismo entró en la plaza, y caminó por el corsódromo, una columna de nenes que no tenían más de 6 años. El Néstor gritaba, pero ya no podía oírlo, era como esas escenas de las películas de guerra en las cuales al soldado le cae una bomba cerca y lo deja aturdido. Así permanecí como espectador, veía en cámara lenta y sin sonido a los nenes y al Néstor que saltaba y corría en el escenario fuera de sí.
Me desperté agitado y con ganas de cagar a trompadas a alguien, pensando en los pibes entrenándose, cantando villancicos en la CIA, pensaba en que los pibes eran la puta oligarquía. 40 grados de fiebre y la tensión de esos días. Veía a Néstor como un burócrata del poder, una máquina de concentrar poder sin razón, el poder como lingote de oro, inerte en un banco, dando respaldo a la ficción. Y llegado el momento, en un derroche neurótico, lo utilizó para crear un infierno que ni el mismísimo diablo hubiese querido habitar. Aquel día, tras algunas cavilaciones apuradas por el hervor interno, cerré los ojos para regresar al camino del bruxismo.
Sube la temperatura otra vez, Kirchner le pide a Scioli que se presente a la cabeza de la lista de diputados nacionales en 2009. Desesperado, incontenible en su necesidad de reconstituir un poder incapaz de darle felicidad al pueblo que lo observa, le pide a Scioli que traicione a ese pueblo que lo votó para que solucione aunque sea un problema, uno solo. Sin dudas la incapacidad de Scioli es terreno fértil para concretar semejante desmesura. Pero destruyeron la validez del discurso, sus palabras carecen de respaldo, sólo queda el malestar, ya no hay cortinas verbales que logren disimular la inmensidad del desierto.


Publicado por Eduardo Anguila en 23:10 |  

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